Un viaje hacia las utopías revolucionarias

Manuel Justo Gaggero.- Como describía en mi nota anterior, la llegada de Fidel Castro a aquél campamento en las afueras de la capital cubana en el que 60 argentinos, de diferentes procedencias políticas e ideológicas compartíamos ideales libertarios, pese a las diferencias tácticas y estratégicas, había limado estas, en lo inmediato.

Luego, la presencia de “Papi”, un combatiente de la columna del Che en la guerra revolucionaria, que dirigiría la instrucción en el monte, ratificó que el compromiso del líder cubano se hacía realidad.

En los días previos a la partida, además de los compañeros argentinos amigos de Cooke y de Alicia que nos visitaron, llegó un cubano, cuyo aspecto me hizo acordar al cantante de color norteamericano Nat King Cole, que se presentó como Ulises.

Este nos hizo una larga exposición sobre los peligros que enfrentaba la Revolución en esta isla del Caribe, no sólo por el permanente acoso de Washington, sino por la pervivencia de un sector del viejo Partido Comunista -denominado Partido Socialista Popular-, que liderado por Escalante pretendía obtener puestos hegemónicos en la conducción del Estado y de las Organizaciones Revolucionarias Integradas -la ORI-.

Efectivamente este fracción intentaba desplazar a los combatientes del 26 de Julio -la organización que lideraba Castro- y del Directorio Revolucionario conducido por los hermanos Cienfuegos -Camilio y Osmany- reemplazándolos por viejos dirigentes del PSP, que no habían tenido una conducta muy clara durante el proceso de lucha antidictatorial.

Esta situación había dado lugar al Proceso al sectarismo, llevado a cabo durante esos años, que culminó con el desplazamiento de Escalante y el viaje de éste, a los efectos de radicarse, a la URSS.

Finalmente nos deseó éxitos en la actividad que íbamos a emprender en las sierras.

Dos días después comenzaron los preparativos, se nos entregó el equipo que cada uno llevaríamos. Una mochila con latas de alimentos -carne, salsas, leche condensada- paquetes de arroz, azúcar, café, la hamaca, el nylon para cubrirnos, una o dos mudas de ropa, los elementos para la higiene personal, como así también para la ingestión de los alimentos.

Asimismo portaríamos un fúsil Garand -similar al Mauser que usaba en ésa época el Ejército Argentino pero más moderno- y dos cargadores.

El equipo de comunicación, radio, etc. y los refuerzos en las municiones y alimentos los iríamos cargando por turnos.

La noche previa nos pasaron una filmación de la entrada de Fidel, el Che y Camilo, en los primeros días de enero de 1959, a la capital de la Isla del lagarto verde.

Con la imaginación de un joven de 21 años -esa era mi edad- soñaba despierto en la entrada de los revolucionarios a Buenos Aires, caminando por la Avenida de Mayo rumbo a la Casa Rosada.

A la madrugada comenzó el operativo de traslado en dos camiones del Ejército.

Teníamos que atravesar La Habana, la “ciudad de las columnas”, como la bautizara el poeta Alejo Carpentier por la magia de sus innumerables pilares y columnas de esencia barroca, que la hacían y la hacen un lugar único en América Latina.

Fundada el 16 de noviembre de 1519 por el conquistador español Diego Velásquez del Cuellar está atravesada por los ríos Almendares, Martin Perez, Quilí, Cojimar y Bucuranao, y debe su nombre al cacique de los tainos-grupo originario que habitaban este lugar a la llegada de los españoles -Habaguanex-.

Pese a que todos mirábamos con emoción está, la capital del primer país socialista de América, el cansancio -nadie había dormido la noche anterior- y el traqueteo de los viejos camiones que habían sido usados anteriormente por el ejército batistiano, nos sumió en un sueño profundo.

Después de varias horas de viaje arribamos al lugar en las sierras del Escambray en la entonces provincia de Las Villas, en donde llevaríamos a cabo la instrucción.

Allí comenzamos a caminar bajo un sol que partía la tierra, temperaturas que superaban los 45 grados, con mas de veinte kilos de peso cada uno y con la advertencia del “Papi” -el teniente que había integrado la columna del Che en la guerra revolucionaria- de que estuviéramos alertas porque en la zona, la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, había desembarcado mercenarios, que atacaban a los campesinos, asesinaban alfabetizadores y saboteaban las cosechas.

Luego de una larguísima caminata -a mi me parecía que había durado un siglo- y bajo una lluvia tropical comenzamos a armar el campamento.

Nunca lo mío había sido la gimnasia o el deporte, por lo que desde los primeros días sentía el efecto de caminar bajo el sol abrasador, dormir mojado por la lluvia, levantar apresuradamente el lugar de acampe, ante la supuesta o posible amenaza de un ataque, e ingerir alimentos que no eran los acostumbrados -arroz, frijoles, carne en- latada de procedencia rusa, etc.

A los cinco días del inicio de la práctica,”Papi” me envió a hacer guardia nocturna en un cerro que dominaba todo el sector donde acampábamos, con la promesa de que en dos horas me mandaría el relevo.

Esto no se produjo, y como la consigna era no abandonar el puesto bajo ningún concepto pasé toda la noche en vela, cumpliendo con la tarea asignada.

Cuándo salió el sol pensé que algo había pasado y descendí hasta el lugar del acampe, encontrándome con la sorpresa, de que no había nadie.

Carecía de experiencia, pese a mi paso por los exploradores en mi niñez, para saber que hacer en esta circunstancia, como encontrar las huellas que me permitieran llegar a unirme con el contingente, cuándo a los lejos observé un campesino a caballo que me estaba observando.

Recordé la advertencia de que había bandoleros en la zona y la verdad tuve mucho miedo, pero decidí que no me quedaba otra que defenderme, y para eso tenía el arma.

Sin duda que con esa astucia del guajiro -así se denominan los campesinos cubanos- y dándose cuenta de mi temor, este hombre -que luego supe se llamaba Andrés- me gritó que me quedara tranquilo que él me iba a guiar.

Formaba parte de una unidad de voluntarios que combatían a los agentes de la CIA, me invitó a que fuera a su casa a tomar café, lavarme, almorzar y luego que descansara, me llevaría con los otros compañeros.

Había detectado nuestra presencia por el olor de los cigarrillos y había preguntado al Comando de la unidad quiénes éramos, tranquilizándose al saber que hacíamos en la zona.

Al regresar “Papi” -el querido José María Martinez Tamayo- oriundo de un casería en la provincia de Holguín, que cayera en combate en las márgenes del río Rosita en Bolivia integrando la expedición libertadora del Che me recibió con una sonrisa, señalando que había sido una buena experiencia.

Luego de unos días intensos con diferentes prácticas, se fueron perfilando las características de los compañeros.

Resultaba admirable la resistencia de John William Cooke, que pese a que como decía Alicia estaba excedido de peso, y además tenía dificultades al caminar por una poliomelitis adquirida en su infancia, caminaba a la par de compañeros más jóvenes, con entrenamiento físico previo.

Elias Semán también era otro ejemplo, lo mismo que el Vasco Angel Bengochea.

Este último nos hacía reír mucho en las noches, junto al fogón, contando las anécdotas de su paso por diferentes cárceles durante el período de la dictadura fusiladora -1955 a 1958-.

Así continuó este viaje hacia las utopias revolucionarias, recordando siempre lo que decía el poeta “la vida sin utopias es un trayecto hacia la muerte”.

Esta historia no termina aquí, pero sí esta nota.[Especial para ARGENPRESS.info]

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